jueves, 29 de julio de 2010

¿Y qué culpa tiene el cliente?

… Ahora le tocaba a la próxima “víctima” de la cola, quien ya venía dispuesta a no permitir que le hicieran perder más tiempo

Entré complacida a una panadería y desayuné algo que debo confesar estaba delicioso. Terminé de comer y me dirigí a la caja para pagar. No contaba con efectivo y me disponía a pagar con mi tarjeta de débito. Al pasar la tarjeta por el primer punto de venta, la transacción dio error. La empleada me mostró el reporte. Efectivamente decía: “Error”.
Le pedí que pasara la tarjeta por otro punto de venta. Mi tarjeta fue deslizada por otro punto de venta: “Error”. Y por otro: “Error”.
Otra persona trató de pasar la tarjeta de nuevo repitiéndose el mismo resultado: “Error”. Pregunté: “¿Qué estará pasando?” La empleada, algo malhumorada respondió: “Ya ha pasado varias veces durante la mañana“. Ofrecí hacer un cheque. La respuesta fue: “Los bancos no responden. No he podido conformar cheques hoy”.
La cola para pagar se hacía más larga. Quienes pagaban en efectivo salían del establecimiento sin problemas. Los demás, sólo se percataban del problema por la espera ya que nadie daba explicaciones.
Preocupada por el tiempo que transcurría, insistí en la idea del cheque y pedí mi tarjeta y mi cédula. La respuesta fue un rotundo “NO”. Le expliqué a la empleada que lamentablemente no tenía efectivo y que no me estaba negando a pagar, y que la tarjeta y la cédula son mías y nadie me las puede retener. – “NO, déjela allí. No se la puedo dar. ¿Cómo hacemos con los reales?”
De pronto, tanto la empleada como el otro personaje se volvieron ciegos, sordos y mudos. Yo trataba de buscar una solución, pero ni me daban respuesta ni me devolvían la tarjeta y la cédula.Miraba el reloj y mi paciencia se colmaba, mientras los de atrás comenzaban a decir: “La tarjeta es de ella, y si el punto está dañado o el banco no contesta, no es culpa nuestra”.
Estiré mi mano hasta donde pude y tomé mi tarjeta y mi cédula. Sin embargo, seguí allí, ya que siempre tuve la intención de pagar. De pronto, otra persona, tal vez el gerente, emergió de alguna parte del establecimiento y se acercó a la caja cruzando unas secretas palabras con los otros dos empleados. No convencido del todo, aceptó el cheque y me imagino que se lo encomendó a todos los santos.
Mientras escribía, los comentarios iban y venían en secreto entre los tres personajes. Entregué el cheque. Ni media palabra más luego de eso. Ahora le tocaba a la próxima “víctima” de la cola, quien ya venía dispuesta a no permitir que le hicieran perder más tiempo.
Y pensar que el desayuno estaba exquisito. Y a todas estas sigo preguntándome: ¿Y que culpa tiene el cliente?

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