jueves, 29 de julio de 2010

Al hablar... Mucho dulce empalaga

El venezolano acostumbra un trato cordial y amistoso. Pero, según las circunstancias, el mucho endulzar las palabras “empalaga”

El venezolano, desde muy pequeño, se acostumbra al trato cordial y amistoso en la forma de hablar. Pero de vez en cuando, y según las circunstancias, el mucho endulzar las palabras “empalaga”.
Si bien resulta agradable ser tratado de manera familiar por los allegados, en ocasiones, el trato empalagoso por parte de un empleado con el que no se ha tenido confianza alguna, o muy poca, puede resultar contraproducente. Al entrar a un local, lo menos que una clienta espera es descubrir que es “el amor” o “la mami” de un desconocido. Generalmente notamos que no se trata de una falta de respeto intencional, sino de un inconsciente exceso en nuestro cotidiano trato familiar y “cariñoso”, o de nuestra muy peculiar y zalamera forma de hablar. En algunos momentos pudiera resultar simpático, como es el caso del conocido cantante español Miguel Bosé, quien luego de pasar por Venezuela y ser tratado de “Papito” decidió ponerle ese nombre a su más reciente disco. Según explicó en una entrevista radial, este tipo de familiaridad entre los venezolanos le pareció muy original y sociable. Sin embargo, en la panadería, a una señora que entra por primera vez puede no agradarle ser tratada por el empleado de “mamita” o “mi amor”.
Es un fenómeno cultural que puede manifestarse incluso en una llamada telefónica, en la cual el interlocutor no puede ser visto. De hecho, ya no resulta extraño ser atendido telefónicamente por una recepcionista que se dirige a nosotros utilizando los muy cotidianos: “mi amor”, “mamita”, “mi reina”, “gordita”, etc., sin tener ni la más remota idea de con quién está hablando.
Obviamente, por tratarse de una costumbre bastante extendida entre la gran mayoría de la población, puede que resulte tan “normal” que pase desapercibida. Sin embargo, una buena recepcionista o un empleado que atiende al público no deberían dar por sentado que a todos nos gusta ser tratados de esta manera.
Lo ideal para relacionarse con los clientes, a menos que éstos permitan lo contrario tras una camaradería prolongada y verdaderamente amistosa, es mantener las distancias y tratar al público de manera neutral y respetuosa, evitando las palabras o frases empalagosas que puedan prestarse a malos entendidos y peores ratos.
En ocasiones, y dependiendo del cargo y funciones del empleado, las más elementales normas de educación son suficientes para corregir este mal hábito, por lo que no hace falta dictarle un curso a cada nuevo trabajador: “Buenas tardes, a la orden, por favor, gracias”. Con señalarle algunas normas de lo que debe o no decir, debería ser suficiente. Entrenar al personal en este sentido es una labor que protege al establecimiento de quejas y, sobre todo, de descontentas y “empalagadas” clientas.

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